Tartufo o el impostor. El avaro

Molière, el mejor comediógrafo francés de todos los tiempos, es también un maestro en el arte de mezclar lo cómico y lo dramático, y en obras tan complejas como “Tartufo” sugiere unas inquietantes perspectivas que van mucho más allá de lo que suele ofrecer una comedia.

El tema que domina la obra es el de la hipocresía como principio y motor de la sociedad. Si Molière hablase por boca del protagonista, diría: «Nadie se avergüenza ya de comportarse así: la hipocresía es una moda. Y un vicio que está de moda viene a ser como una virtud. El mejor papel que se puede desempeñar en estos tiempos es el de hombre de bien. Y el profesar la hipocresía ofrece ventajas admirables. Es un arte cuya impostura se respeta siempre. Y, aunque se descubra, nadie se atreve a criticarla».

Renovador del exhausto género de la comedia en Francia, Jean-Baptiste Poquelin, Molière (1622-1673), entreveró la capacidad de observación, el talento literario y el impulso crítico para alumbrar un espectáculo nuevo en el que los propios contemporáneos suministraban la materia adecuada para la creación de personajes inolvidables que animan tramas perfectamente estructuradas.

En «El avaro» (1668), su protagonista, Harpagón, se nos muestra consumido por su pasión hacia el dinero, pero ansioso de amor y de respeto, aproximándose así, como señaló Goethe, a la tragedia más que a la comedia.

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