Tartufo. La escuela de las mujeres

Molière, el mejor comediógrafo francés de todos los tiempos, es también un maestro en el arte de mezclar lo cómico y lo dramático, y en obras tan complejas como “Tartufo” sugiere unas inquietantes perspectivas que van mucho más allá de lo que suele ofrecer una comedia.
El tema que domina la obra es el de la hipocresía como principio y motor de la sociedad. Si Molière hablase por boca del protagonista, diría: «Nadie se avergüenza ya de comportarse así: la hipocresía es una moda. Y un vicio que está de moda viene a ser como una virtud. El mejor papel que se puede desempeñar en estos tiempos es el de hombre de bien. Y el profesar la hipocresía ofrece ventajas admirables. Es un arte cuya impostura se respeta siempre. Y, aunque se descubra, nadie se atreve a criticarla».

Cinco años, desde su llegada a París en 1658, necesitó Molière para imponerse, primero, como autor de éxito y, luego, como comediante del rey: el estreno de «La escuela de las mujeres» (1662) lo consagró definitivamente como el autor del momento en los escenarios cómicos y el preferido por el rey. Su habilidad para concebir o sentar los cimientos en ese lapso de tiempo de dos géneros nuevos, quedan demostrados durante ese quinquenio y otorgan a Molière la posibilidad de exhibir, con sus grandes obras posteriores, su capacidad para convertirse en el comediógrafo del siglo y marcar con su impronta la historia de la comedia en los siguientes.
Con Molière suben al escenario preocupaciones que nunca antes lo habían hecho, dando sentido nuevo a una comedia de costumbres cuyo objetivo principal ya no es un divertimento simple, sino que suma, a esa reflexión sobre hechos de la vida social, una carga burlona y crítica que afecta a la vida moral. «La escuela de las mujeres» supone, un salto cualitativo en el terreno escénico respecto a lo anterior en la construcción de la comedia como género, superando el esquematismo de la farsa italiana y dando a la comedia el estatuto de pieza mayor.

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