Las islas extraordinarias

La realidad y el mundo entero cambiaron para mí a partir del momento en que un desconocido, que no quiso decir quién era, me propuso contratarme, no sólo para salvaguardar la vida de cierto magnate de la política cuyo nombre prácticamente desconocía, por ser minúsculo el país que gobernaba, sino para descubrir y desbaratar, o, por lo menos, ayudar a hacerlo, una conspiración difusa y casi misteriosa contra su vida y su sistema. Este hombre que vino a verme, y que se presentó como un mandado, era un tipo sin características especiales, aunque con ciertas inflexiones dulces en la voz que lo hacían atractivo. Cuando comprendió que mi actitud de reserva comenzaba a ablandarse, puso encima de la mesa una importante cantidad de dinero, que sacó de una cartera de mano, como argumento o empujón definitivo para ayudar a mi voluntad, menos vacilante ya que al comienzo de la entrevista, y al ver que yo lo contemplaba con cierta codicia, lo empujó hacia mí, y me dijo que ya era mío, a condición de que dijera que sí.
En esta novela se nos presenta el último de los tratamientos, de las visiones, que sobre la figura del dictador –y por ende la del poder y los poderosos– aparecen en la obra de Gonzalo Torrente Ballester. A la teatral y épica visión de Lope de Aguirre se suma la obsesión por la de Napoleón, recurrente en toda su obra. En este caso, una novela de corte caricaturesco, fabulador, donde no se retrata a ningún dictador ni dictadura concretos, sino la propia esencia del poder político y las consecuencias a que puede llevar su ejercicio.

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